Hamlet y el dilema de la moral moderna
El verdadero valor de las cosas, desde el drama de Hamlet (I)
La buena literatura es un gran aporte para la formación de los sentimientos, para madurar como seres humanos. La serie que hoy comenzamos se adentra en la verdad y valor de cada persona a partir de la literatura. En este primer artículo exploraremos la obra Hamlet, de Shakespeare. Profundizaremos en Hamlet y el dilema de la moral moderna.
Índice de contenido
Valores objetivos, relativismo y modernidad
Lo verdadero y lo relativo en Hamlet
Shakespeare, un profeta de los tiempos modernos
Valores objetivos, relativismo y modernidad
Si le hiciéramos caso a los historiadores, parece que hay un relativo consenso en torno al comienzo de los “tiempos modernos”. Unos dicen que fue con el descubrimiento de América (aunque eso del “descubrimiento” habría que verlo mejor), y otros dicen que fue con la caída de Constantinopla y la inauguración del Imperio otomano.
Pero parece que todos están de acuerdo en afirmar que a partir de ese momento se introdujo en el Occidente lo que podríamos llamar de visión relativa de las cosas. Las antiguas certezas objetivas se tambalearon con esos eventos y dieron lugar a nuevas dimensiones y percepciones sobre el valor de las cosas.
Lo verdadero y lo relativo en Hamlet
A principios del siglo XVII, bien en los primordios de la Modernidad, Shakespeare nos coloca delante del dilema de la moral moderna. ¿De qué se trata? ¿Podemos decir que hay valores que son objetivos o, a final de cuentas, todo es más o menos relativo?
Dos compañeros del joven Príncipe de Dinamarca, van a buscarlo de parte de su tío, Claudio, con la intención de acompañarlo hasta Inglaterra y, durante el viaje, matarlo alevosamente.
Cuando llegan a su lado Hamlet los saluda y les abre su corazón diciéndoles que, para él, Dinamarca es una de las peores cárceles del mundo. Guildenstern y Rosencrantz se extrañan y escandalizan y replican que, para ellos, no es así. Esa inserción (para mí) revela la profundidad del poeta y dramaturgo inglés.
Al final de cuentas, para Shakespeare, en estos momentos conturbados de la Primera Modernidad, siempre se vuelve a lo mismo: to be or not to be. Y de alguna manera, ese volver una y otra vez sobre el ser y no sobre el parecer siempre acaba dejándonos inquietos.
Para Hamlet, Dinamarca es la peor cárcel del mundo. Para sus compañeros, al contrario, no lo es. Es el mejor lugar para vivir. Y el lector probablemente se preguntará que en qué quedamos. ¿Es o no es?
La duda y el relativismo
Esta duda, este relativismo, este no saber a qué atenerse, como diría Julián Marías, es lo que, desde mi punto de vista, introduce de lleno la obra de Hamlet en la Modernidad. Y toda la obra está cargada de incertidumbre y de dudas.
¿Claudio mató o no mató al Rey? ¿Lo que dice el fantasma es verdad o no? Por cierto, ¿existen fantasmas? Y la madre de Hamlet, Gertrudis, ¿fue víctima o cómplice? Y, para colmo, si el lector aún no está ya bastante perplejo, bastará con que nos preguntemos si Hamlet es loco o no, si no está representando un papel para saber precisamente a qué atenerse, si, de verdad, ama u odia a Ofelia… Son tantas dudas, tantas preguntas que, me parece, lo que queremos de verdad es saber si hay algo en esa pieza que podemos saberlo con seguridad, que podemos decir: sí, esto fue así y es así.
Cuando Shakespeare escribió Hamlet, alrededor de 1600, ya hacía más de un siglo que “habían empezado oficialmente los tiempos modernos”, y tenía delante de sus ojos la perspectiva subjetivista e intimista que se había ido introduciendo en la sociedad.
De alguna forma, con los nuevos mundos y las nuevas teorías científicas y las nuevas gentes y sociedades descubiertas, todo llevaba a creer que lo que vale para mí no es lo mismo que lo que vale para ti, que mis valores y tus valores son bastante diferentes y que, por lo tanto, la antigua objetividad del conocimiento, y específicamente, del conocimiento moral, tenía que dar paso a la subjetividad y el relativismo moral.
Seguro que, dependiendo de lo que estemos hablando, las cosas son más o menos así. Si algo vale mucho para mí, puede suceder perfectamente que valga poco o muy poco para ti y para los otros. Pero, como diría Hamlet (aunque no lo dijo): ¿y qué? ¿será que eso basta para dejar mi conciencia tranquila? Porque lo que Hamlet quiere saber, con todas las veras del alma es si su padre fue asesinado y si su tío y su madre fueron los asesinos.
Shakespeare, un profeta de los tiempos modernos
Me parece que cuesta mucho, después de tantos y tantos años, siglos, discutiendo sobre si el valor es algo objetivo o relativo, darse cuenta de que la verdadera pregunta no es ésa. Y no lo es porque el valor tiene una dimensión doble: es tanto objetivo como subjetivo. Las cosas valen. Y no sólo eso. Valen para cada uno. Y valen de forma diferente para cada uno. Pero, entonces, lo que habría que preguntarse sería otra cosa.
To be or not to be. Esa es la cuestión. Es como si Shakespeare se colocara delante de cada uno y nos preguntara: ¡muy bien! A ver, ¿tú quién eres? ¿Quién es el que dice que esto vale poco o mucho, todo o nada, quién dice si esto es correcto o equivocado, o, incluso, las dos cosas a la vez? ¿Quién es el que está dándole valor a las cosas?
Parece como si Shakespeare fuera un profeta de los tiempos modernos. Alguien que estaba a caballo entre lo clásico y lo nuevo, lo objetivo y lo relativo. Y, por eso mismo, fuera alguien que veía con profundidad a dónde nos llevaría toda esta discusión.
Como si nos dijera que sí, que un valor es siempre un valor para un sujeto, que Dinamarca es una cárcel para Hamlet y un paraíso para sus compañeros. Pero que lo decisivo no es eso, lo decisivo y difícil es saber si la cosa, el acto, la persona a quien yo le doy un determinado valor, realmente vale eso que digo que vale.
Tiempos de fake news y post verdad
Por eso que hace falta no sólo saber y conocer bien la cosa a la que se le está dando un valor, sino principalmente quién es el que valora. O dicho de otra manera, y ya en tiempos de “post verdad” y de “fake news”: ¿cuál es el carácter y el talante de quien está diciendo que esto vale tanto o tan poco?
Para Guildenstern y Rosencrantz, que fueron a buscar a Hamlet para matarlo, Dinamarca era el mejor lugar del mundo, claro, porque estaban seguros siguiendo las órdenes del Rey usurpador y asesino. Y Claudio y Gertrudis, ¿será que se consideraban asesinos, así sin ninguna justificativa ni motivo?
O quizás fueran de los que encontraban argumentos, como Raskolnikov, en Crimen y Castigo, al matar la vieja usurera y reafirmarse una y otra vez que había dado un paso en beneficio de la Humanidad…. Y Ofelia, la pobre, ¿qué pensaría Ofelia de todo esto? Y, por cierto, el hecho de que Claudio y Gertrudis pensasen que no habían hecho nada malo, ¿cambiaba el valor de lo que habían hecho? ¿Se podría decir que eran inocentes y que lo que habían hecho era algo bueno y razonable tan sólo porque pensaban así?
Leí ya muchas y muchas veces la pieza y estoy cada vez más convencido de que Shakespeare no quiso darnos la respuesta. Quiso deliberadamente que cada uno de sus lectores respondiera de acuerdo con lo que cada uno es. Vemos, pensamos y actuamos a partir de lo que somos. Y, por eso, el valor, en ese sentido, es sí relativo. Hemos introducido entonces a Hamlet y el dilema de la moral moderna.
Para ver el otro sentido, convido al lector a seguir leyendo este artículo en su continuación: Quién quiero ser o no ser.
Rafael Ruiz
Excelente análisis general y reflexión de la obra. Muy claro.