Acompañar a la persona herida

Ayudar a las personas con heridas psicológicas

Como dijimos en la primera parte del guion, esperamos que estas líneas sirvan para reconocer y comprender mejor nuestro propio modo de ser y el de los demás. DE ese modo, conseguiremos acmpañar a la persona herida. No estamos determinados, pero numerosos eventos del pasado dejan su huella. Necesitamos de la ciencia y la fe para promover una actitud liberadora.

En esta segunda parte del guion y libro electrónico sobre heridas psicológicas afrontaremos las estrategias para evitar que una herida psicológica se infecte, y qué hacer cuando la lesión ha afectado los procesos mentales. Se trata de favorecer la salud, la paz y la alegría, también si hay una psicología herida.

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Contenido de la segunda parte del guión de heridas psicológicas

1. Sanar las heridas con ciencia y fe

2. Modificar las actitudes ante las heridas psicológicas

3. Cuándo aconsejar una visita a profesionales de la salud

Conclusiones sobre las heridas psicológicas

Bibliografía de la segunda parte del guión

Acompañar a la persona herida

En la primera parte vimos qué son las heridas psicológicas y cómo afectan la vida de niños y adultos. Para poder afrontarlas, tenemos que saber que cada persona es única e irrepetible. No es suficiente tener un conocimiento general sino se llega a la existencia concreta, a la historia individual de quien busca ayuda.

Del ejercicio de escuchar y comprender depende el éxito en la tarea. Con afecto y dedicación, la persona herida logrará contarse de nuevo su propia historia, editarla, dando luz a los aspectos más positivos de cada etapa. Quien aprende a contar una historia así, aprende a valorar más cada momento y las historias de los demás, a quererlos por quienes son, a valorarlos, a ser amables. Este es el camino no solo para curar heridas, sino para evitarlas.

El primer paso de la resiliencia es conocerse o re-descubrirse. Es necesario reconocer las historias individuales. Esforzarse por escuchar y hacerse cargo de múltiples detalles que han dejado su huella, la lluvia, el sol, miles de personas, cientos de miles de palabras, vivencias positivas o negativas. La pregunta es: ¿Por qué esta persona es así? Y dejar que brote la admiración y el asombro ante la existencia.

Tiempo y gracia de Dios para acompañar a la persona herida

Se requiere tiempo, capacidad de escuchar y sobre todo gracia de Dios para entrar en la intimidad de alguien que pide ayuda. El acompañamiento espiritual, en modo similar a la psicoterapia, se puede concebir como una visita guiada al interior de una persona. Se trata de una “visita” muy peculiar, pues quien guía es el dueño de casa. Desde fuera se puede hacer observaciones, preguntas para conocer mejor, pedir que se encienda una luz determinada o se abra una puerta. Las llaves las conserva la persona.

Para los buenos resultados se necesita la fe, como refleja metafóricamente la Escritura: «Sacaron a Daniel del foso y no se encontró herida alguna, porque había confiado en su Dios» (Dan 6, 24). Al respecto comentaba San Cirilo Jerusalén: «la fe cierra la boca de los leones».

Pero también se requiere la colaboración de la persona herida. Hay que facilitarle que pueda abrir las puertas, reconocer y mostrar la lesión, para curarla con la medicina apropiada, psicológica y espiritualmente. No se trata de reabrir la herida, sino de darle luz para no seguir sufriendo.

1. Sanar las heridas psicológicas con ciencia y fe

El título de este apartado nos remonta a Adán y Eva. Sabemos por la fe que en ellos se produjo una herida original que cambió sus vidas y las de sus descendientes. Después de un evento traumático, la tentación seguida de un acto desordenado, comenzaron a sentir vergüenza y, sin preguntarse por qué, intentaron esconder la emoción con unas hojas. La naturaleza propia y el mundo que les rodeaba se hicieron hostiles y experimentaron por primera vez el miedo (cfr. Génesis, 3).

No acudieron a Dios, sino que huyeron de él y de sí mismos. No reconocieron el problema e intentaron descargar su culpa y lo sucedido en otros: Adán en Eva, Eva en la serpiente…

La experiencia y la ciencia no contradicen la creencia en esa primera herida. Muchas de sus observaciones la apoyan, al mostrar cómo se tuercen los destinos del ser humano y tanta falta de bondad en la misma naturaleza: animales asesinos de sus propias crías, maremotos, tempestades.

Elementos de una herida en el Génesis

Los elementos de esa herida original se dan en las heridas psicológicas. Abordarlas con ciencia y fe implica descubrirlos, darles nombre y afrontarlas:

  • Reconocer el evento traumático y sus huellas psicológicas.
  •  Distinguir las emociones negativas que se contagian unas a otras: miedo, culpa, vergüenza, desesperanza.
  • Acudir a Dios y su gracia.

Para una mayor eficacia, es necesario conocer el funcionamiento de los procesos mentales, las manifestaciones de los principales problemas, las reglas de la afectividad humana y la acción de la gracia en el alma.

En el acompañamiento espiritual, como decía san Josemaríasin hacer psicología, conviene ser psicólogos. Es decir, buenos consejeros que saben del ser humano porque han estudiado y porque rezan. No es preciso un conocimiento detallado del mundo psíquico y sus reglas, pero no deben faltar los elementos que permitan distinguir y orientar cuando sea el caso hacia un especialista.

Es lo que sucede con muchos conocimientos médicos. Es sabido que un dolor en el abdomen, delante, abajo y a la derecha, que dura más de tres horas, puede ser una apendicitis. Eso es suficiente para aconsejar la visita urgente a un cirujano, aunque se desconozca que el lugar del dolor se llama fosa iliaca y más específicamente punto de Mc Burney.

Dar nombre a la herida psicológica es clave de resiliencia

Un primer objetivo consiste en dar nombre a la dificultad y una historia a cada herida o cicatriz. Conocer qué causa estrés y roba la paz del alma y el cuerpo. Saber cómo afrontar la situación, para tener una vida más feliz y llena de sentido.

Se trata de conseguir una mayor resiliencia / fortaleza en los aspectos que mencionamos en la primera parte, en particular emocional y espiritual.

Un amigo me contó que, cuando era niño, su abuelo le hablaba siempre de su enfrentamiento con un lobo feroz en el bosque, para explicar una enorme cicatriz en el pecho. En realidad, era la cicatriz de una operación por infarto, como le reveló su madre. Pero queda el hecho de que cada herida necesita una historia: conocemos y aceptamos la realidad o damos paso a la ficción.

Las emociones pueden permanecer sepultadas vivas

Partes de esa “historia” son conscientes y se recuerdan con facilidad. Otras muchas ocupan un lugar de la mente llamado inconsciente. Desde ahí surge el dolor de los traumas. En el inconsciente quedan reprimidos algunos deseos, sepultadas las emociones, empolvadas y sucias las heridas. Por esto, en la tarea de formación, un objetivo clave es hacer consciente lo inconsciente, como escribió Karol Wojtyla. Esa es una meta del acompañamiento y el inicio de la curación.

Una herida, aunque cicatrice, puede crecer y notarse más, como la cicatriz de los árboles. Pero esas marcas no impiden que el árbol vaya hacia arriba, hacia el sol. Esas huellas pasadas lo hacen más hermoso y único.

El problema sucede cuando se niega la herida, se oculta o duerme enterrada y no se afronta. Ocurre como con la piel, que si no está limpia es difícil que cicatrice y no es raro que se infecte. En psicología, una herida infectada da lugar a los trastornos de personalidad. Se producen “máscaras” que ocultan el esplendor de la persona real, ante los ojos propios y del espectador.

La historia trágica encerrada, con más o menos voluntad, puede llegar a ser una prisión. La negación no disminuye el dolor, sino que lo reproduce a tiempo y a destiempo, en forma de rabia y reacciones desproporcionadas.

La herida psicológica ante el amor de Cristo

Si de Adán y Eva pasamos a Jesucristo, vemos la diferencia en el modo de afrontar lo que ocurre. Comenta Scott Hahn que Adán, después de la herida, no pide ayuda a Dios y no quiere morir. Jesucristo, en el huerto de los olivos, ante la angustia que le produce la inminencia de su pasión, pide ayuda a Dios y está dispuesto a morir.

A muchas personas heridas les ha faltado desde la infancia alguien que confiara en ellos, que les mostrara un amor incondicional y respeto por lo que son. Por esto, ante un adulto que muestra dificultades de resiliencia para superar su pasado, es más importante suplir estas carencias, con una actitud de acogida.

Toda persona, también los niños, necesita que crean en ella y la comprendan.

Por esto, cuando algo de otros nos llama la atención, como un enfado, una señal de agresión, una falta de respeto, etc., conviene preguntarse:

  • ¿Qué puede estar sintiendo?
  • ¿Qué puede estar queriendo hacer, o qué necesita?
  • ¿Qué me está tratando de expresar?
  • ¿Por qué está reaccionando de este modo?

Consejos espirituales y actitud para acompañar a la persona herida

Los consejos espirituales y, más que las palabras, la actitud con la que se le escucha, acoge, reserva tiempo para ella, respeta, orienta, se toleran sus inestabilidades, etc., tenderán a reforzar que Dios sigue siendo Padre, que nunca nos rechaza.

Es necesario ayudar a profundizar en la fe, para recomenzar con esperanza, que libera de fantasmas y miedos. Acudir al Espíritu Santo, médico divino, y pedir sus dones, que son como el viento que infla las velas y permite seguir navegando, aunque se haya perdido la fuerza de remar. Él conoce mejor que nosotros hasta el inconsciente.

En la perspectiva de la fe, Dios es el mejor de los padres y la “base más segura” para explorar el mundo. Satisface con creces nuestras necesidades psicológicas de pertenencia, amor, respeto, confianza y reconocimiento. Pero, para que alguien acceda a esta verdad, como algo real en su vida, además de la gracia de Dios, es preciso sanar las heridas que hayan dañado el apego. No basta con saber la teoría, es necesario poder sentirla.

Con estas ideas se acompaña al herido, para que recupere el sentido de filiación divina. Aunque haya muchos problemas en la propia familia, «en la iglesia de Jesucristo nadie es huérfano», escribió Scott Hahn.

2. Modificar las actitudes ante las heridas psicológicas

Como ya se ha dicho, el primer paso para afrontar las heridas es reconocerlas. En algún caso también para expresar y soltar la rabia, para llorar por primera vez, para sentir lo que tenemos que curar.

Es útil lo que en psicología se llama verbalizar: hablar de lo que ha ocurrido y de lo que se siente. Intentar poner en palabras lo que se sucede o se ha experimentado, incluso por escrito. Este ejercicio facilita tomar distancia del evento traumático y verlo con objetividad. La experiencia dolorosa siempre será subjetiva, pero cabe analizarla desde fuera. El primer paso es conocer y aceptar que se ha sido víctima, luego ya se hará un itinerario para salir de ese estado.

Viktor Frankl y la actitud

El daño de una herida puede ser grave, pero habitualmente queda la capacidad de cambiar de actitud. Viktor Frankl lo comprobó en los campos de concentración. Se dio cuenta de que las personas pueden perder la capacidad de trabajar o aportar al mundo, de realizar lo que llamó valores de creación. Pueden estar muy limitadas en el ejercicio de los valores de experiencia, o la capacidad de admirar una obra de arte, la belleza o el amor. Pero siempre queda la posibilidad de cambiar de actitud, incluso ante el destino más adverso.

Muchos años después, Edith Eger contará cómo este descubrimiento le cambió la vida: «Con el tiempo he aprendido que puedo decidir cómo reaccionar ante el pasado. Puedo sentirme desgraciada o esperanzada. Puedo sentirme deprimida o feliz. Siempre tenemos la posibilidad de decidir, la posibilidad de tener control».

Una actitud diferente posibilita la resiliencia o capacidad de recomenzar y de promocionar la fortaleza: resistir, atacar y perseverar. Es ver lo ocurrido con un matiz diferente, para afrontar el futuro con esperanza.

Cuatro pasos ayudan a cambiar la actitud ante las heridas psicológicas

  •  1. Entrenar la atención: es la puerta de la mente y tan simple y complejo como estar en lo que estoy donde conviene que esté. Notamos su falta cuando olvidamos los nombres de las personas, cuando pasamos por una comida sin apenas darnos cuenta de qué era, cuando la oración se llena de distracciones, cuando rumiamos ideas de trabajo en tiempos de descanso o en el hogar, cuando juzgamos duramente y sin reflexión, cuando nos vence la urgencia continua por revisa el WhatsApp o el e-mail… Un sinónimo es la capacidad de asombro ante lo ordinario. Se profundiza en la atención y se retrasa la interpretación, ante la sorpresa y novedad de cuanto vemos, como los niños.

La atención sana, alegre y amable tiene estas características:

– Se dirige sobre todo hacia el mundo (no hacia la propia mente);
– Se focaliza en la novedad (no en la experiencia de una amenaza);
– Se retrasa el juicio sobre los demás y tiende a ser positivo.
  •  2. Cultivar la resiliencia emocional: las respuestas emotivas rápidas no suelen ser las más adecuadas; controlarlas da paz y alegría. Como las emociones se contagian, intentar estar alegres y ver lo positivo lleva a experimentar más emociones de esta tonalidad a lo largo del día. Se consigue afrontar mejor la adversidad y recuperar antes el tono positivo después de un fracaso.

Las respuestas emotivas instintivas, con frecuencia negativas, se contrastan con:

– Gratitud
– Compasión
– Aceptación
– Sentido
– Perdón

  •  3. Actividades que incluyen cuerpo y alma: no quedarse en experiencias superficiales, sino profundizar en el sentido de la vida. Para un cristiano, la oración es un medio estupendo, así como la participación serena en los sacramentos. Toda práctica de piedad se transforma en un momento de paz.
  •  4. Conseguir hábitos saludables: muchos aspectos, desde el cuidado del peso corporal, al dejar de fumar o ser menos sedentarios, dan un impulso a la forma de afrontar los problemas de la vida.

Cada uno de estos pasos se pueden entrenar desde la primera hora de la mañana, intentando traer a la mente pensamientos de gratitud: hacia Dios, que nos ha dado un día más, y hacia tantas personas por las cuales podemos sentir afecto y reconocimiento. Así se afronta mejor el día y sus desafíos.

De forma práctica, ayuda el contacto frecuente, si es posible diario, con la naturaleza, o con alguna actividad que muestre la belleza, como escuchar música. Se puede hacer el esfuerzo de salir a pasear solo, intentando concentrarse en cuánto se ve, o mejor aún con alguna otra persona.

Incluso las heridas de una cirugía se curan mejor cuando los pacientes tienen desde sus camas de hospital una vista bonita. La música y las imágenes bellas disminuyen la ansiedad y el dolor en enfermos que requieren tratamientos dolorosos. La luz del sol disminuye el estrés de la vida.

Todo esto nos centra en lo más importante para la vida de un cristiano: hay un Dios que me quiere. Así es más fácil al volver a casa después del trabajo, ver a cada uno o cada una de los que viven con nosotros, con ojos nuevos, como personas excelentes.

Elegir perdonar y decir adiós a las emociones negativas

Y ese Dios es capaz de perdonar, lo que le pedimos con frecuencia: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden».

El perdón, como parte de la resiliencia emocional, se facilita si se considera que el otro puede haber actuado por ignorancia. Tantas veces es esto lo que ocurre a los padres, que lo han intentado hacer del mejor modo que sabían… Que puede haber malentendidos, que no querían de verdad hacer o decir lo que han dicho o hecho, que son más desdichados pues deberán cargar toda la vida con la maldad de sus acciones. Pero sobre todo si se encuentra un sentido a la adversidad.

Conviene recordar que el perdón no es de un instante. La decisión de hacerlo sí, y eso es lo más importante. El cambio de actitud dura toda la vida y se actualiza continuamente con el recuerdo. De ese modo se deja de rumiar lo ocurrido, que fácilmente desencadena ansiedad y depresión.

Como es una decisión, se puede perdonar antes de que la otra persona pida perdón e incluso si no lo pide. Algunos aconsejan escribir lo ocurrido en una carta imaginaria a la persona que de algún modo ha agredido, leerla como si ya la hubiese recibido, y romperla.

Elegir perdonar es posible

El perdón es una elección voluntaria y libre que anula las emociones más negativas que acompañan a las heridas. Rabia, hostilidad, sensación de víctima, etc., llevan fácilmente a la depresión y la ansiedad. Producen problemas de sueño, aumentan el estrés que a su vez genera cortisol y favorece enfermedades de todo tipo, como los tumores, la hipertensión o los problemas del corazón.

Considerarse víctima por toda la vida es un mecanismo de defensa, pero perjudicial. Favorece una autoestima baja, no quererse ni respetarse ni enfrentar el propio dolor para crecer. Bien lo confirmó Edith Eger en su propia vida, y por eso afirmó: víctima «es alguien que pone el foco fuera de sí, que busca en el exterior a otra persona a quien culpar de sus circunstancias actuales o que determine sus objetivos, su destino o su valía».

Vivir felices al aprender a perdonar

Con el perdón puedo vivir más sano y feliz. Es un don que hacemos gratuitamente a otra persona que nos ha dañado u ofendido, pero es sobre todo un don a nosotros mismos. Es soltar un peso para volar ligeros. Es rezar por los que se han hecho enemigos. Nos hace recuperar nuestro valor y confianza con un sano y alegre orgullo: «puedo decir perdóname como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden».

Al ser una elección, caben los sentimientos encontrados. Lo expresaba muy bien una chica de un país del norte de Europa, estudiante de medicina y católica. Uno de sus profesores le hacía la vida imposible por ser cristiana… Y ella rezaba, algo compungida, de este modo: «Señor, te pido por el dr. X, y deseo que se vaya al cielo; pero, por favor te pido que allí no coincidamos». Pienso que ese era un perdón auténticamente humano.

Quien ha ido practicando las otras actitudes, la gratitud, la compasión y la búsqueda de sentido de la vida, concluye con el perdón. Si comprendiéramos todo perdonaríamos todo… Y aunque en este mundo estemos lejos de comprender todo, con la gracia de Dios y la luz de la fe, es más fácil. De ese modo no es la herida, ni la rabia o el rencor lo que guía nuestra vida, sino el más elevado de los sentidos.

Perdón no significa olvidar

El perdón no es olvidar el mal, ni permitir que se sigan cometiendo injusticias o crímenes. No es negar que haya ocurrido algo malo ni dejar que alguien nos hiera. No es tampoco evitar las consecuencias legales que pueden derivar de una mala acción, ni querer que a un criminal se le libere a toda costa de la cárcel.

No hay que olvidar que el perdón de los demás requiere el perdón de uno mismo. Lo más difícil para superar los traumas puede ser aceptarse a sí mismo. En ocasiones habrá que trabajar especialmente sobre esto y decir quizá: «me perdono, porque Dios me ha perdonado».

Con esta actitud clave se vence el odio, que tanto daño produce: «El odio es como un ácido, que, así como destruye el objeto sobre el que es vertido, daña el vaso en el que se guarda» (Eppie Lederer, cit. por Fernando Sarráis). Y el peligro puede transmitirse de generación en generación, pues las emociones se contagian. Los padres tienen la responsabilidad de evitar estos riesgos, cargando sobre sus hijos las discusiones de sus hermanos, sus abuelos; o un grupo al que se odia dentro de la familia.

Qué decir a la persona herida

Una persona herida necesita ser reforzada en su valor. Si para todos es importante que nos digan lo bueno o resalten lo que hemos hecho bien, aún más para quien ha sufrido el dolor de un trauma. Simples frases como esta nos ayudan siempre:

  • ¡Cómo me alegro de verte!
  • Por supuesto que podemos hablar, siempre y cuando quieras.
  • Te comprendo y comparto tu pena.
  • Tu experiencia en el dolor te servirá para ayudar a muchos.

La actitud que abarca todas las anteriores es encontrar el sentido. Y darse cuenta de que ese sentido no está en el pasado ni en el futuro, sino en un presente de amor. Cada actitud, incluido el perdón, para ser auténtica, ha de tener un sentido, que puede demorarse en llegar: nunca es posible imponerlo desde fuera, sino que se descubre o se recibe y acepta como un don.

Pilares de la felicidad

De aquí parten los cuatro pilares de la felicidad como los describe Emily Esfahani, inspirándose en Frankl. El primero es el sentido de pertenencia: toda persona necesita querer y ser querida, alguien que afirme su valor desde aún antes de nacer. El marco natural es la familia que acoge a los hijos y los acompaña en el crecimiento reafirmando su autoestima.

El segundo está más relacionado con el significado último de la vida: el propósito, proyecto o misión que guía los pasos. El tercero es la trascendencia: salir de uno mismo, abrirse a los demás y a Dios, dar espacio al silencio, para tener experiencias trascendentes.

Saber contar y contarse la propia vida

El cuarto pilar es la narrativa: la forma en que nos contamos nuestra propia vida, con lo que ha pasado, incluyendo traumas y conflictos. Significa conocer nuestra historia y asumirla, sabiendo que, sin cambiarla, podemos interpretarla de un modo distinto con una actitud más positiva. Lo traduciría en dejar el pasado en las manos misericordiosas de Dios, el futuro en su providencia, y concentrarse en el presente, que es el amor que Él nos tiene.

Una actitud necesaria para construir una personalidad más segura es la aceptación y la esperanza. Tantos jóvenes que han sufrido heridas importantes pueden adquirir la fuerza que les haga resurgir, si se les da seguridad, como dice Boris Cyrulnik.

Hace falta en muchos países una educación más abierta a la contemplación, al arte, a la belleza, al bien…, que abra las puertas al sentido trascendente. Cyrulnik lo resume en ayudar a divertirse con lo que se aprende y lo que se hace, y ralentizar, como opuesto a un exigente activismo educativo que solo mira los resultados y éxitos materiales. La música, la pintura, el teatro y otras formas de arte, y el deporte facilitan la curación.

Recuperar la trascendencia para curarse

Con un sentido trascendente se madura, se superan conflictos y se aprende a servir y amar. Lo ejemplificaré con un relato de Guerra y Paz. Natasha, una joven triste y decaída por la muerte del príncipe que amaba y con los celos hirviendo hacia otra pretendiente, comienza a cuidar a su madre enferma. Así comenta Tolstoy la escena:

La herida que había arrancado media vida a la condesa [la madre] hizo resucitar a Natasha. Por raro que parezca, una herida moral producida por un desgarramiento del ser espiritual se cicatriza poco a poco lo mismo que una herida física. Y lo mismo que ésta, cuando parece que sus bordes se han unido, una profunda herida moral se cicatriza desde dentro, gracias a la fuerza de la vida que pugna por salir. Así fue como se cicatrizó la herida de Natasha. Creía que su vida había terminado.

Pero, de pronto, el cariño que sentía por su madre le demostró que la esencia de su vida -el amor- estaba aún vivo en ella. Renació el amor y, con él, la vida. Los últimos días del príncipe Andrey habían unido a Natasha y a la princesa María [prometida de Andrey y causa de los celos]. La nueva desgracia las unió aún más. La princesa María aplazó su partida y durante las últimas tres semanas cuidó de Natasha como si fuese un niño enfermo. Los días que ésta había pasado en la habitación de su madre habían agotado sus fuerzas físicas.

La enfermedad de Natasha

Un día la princesa observó que Natasha se estremecía por unos escalofríos y la llevó a su habitación, donde la acostó en su propia cama. Pero cuando después de correr las cortinas se disponía a salir de la estancia, Natasha la llamó. -No tengo sueño, Marie, quédate conmigo. –Estás cansada trata de dormir. -No, no. ¿Por qué me has sacado de allí? Mamá puede llamarme. Está mucho mejor. Hoy ha hablado normalmente -replico la princesa.

Natasha, tendida en el lecho, examinaba en la penumbra el rostro de María. ¿Se parece a, él? -se preguntó- Sí y no. Ella tiene algo especial, algo extraño; nuevo y desconocido. Pero -me quiere. ¿Qué siente su alma? Sólo cosas buenas. Pero -¿Cómo piensa? ¿Cómo me juzga? Es encantadora. -Masha, dijo atrayendo tímidamente hacia sí la mano de la princesa, Masha, no creas que soy mala, ¿no, verdad? Masha querida, te quiero mucho. Quisiera que fuéramos verdaderas amigas.

Y abrazándola le besó el rostro y las manos. La princesa se sintió a la vez avergonzada y contenta de aquella expansión. A partir de aquel día, se estableció entre ellas esa exaltada y tierna amistad que solo existe entre mujeres. Se besaban a cada instante, cambiaban palabras cariñosas y pasaban la mayor parte del día juntas.

El cambio de actitud rejuvenece a la persona. Por grave que sea la herida, «la llave que nos devuelve la libertad es nuestra», en otra frase de Edith Eger. No podemos decidir sobre el pasado, tener una existencia sin ningún dolor, pero podemos decidir mirar al futuro y dejar de ser «nuestros propios carceleros».

3. Cuándo aconsejar una visita a profesionales de la salud

Por un pequeño corte o raspadura en la piel, habitualmente no es necesario acudir al médico. Las heridas de la vida cuotidiana que mencionamos, las más comunes en el campo afectivo y psicológico, como sentirse en algún momento rechazado, o culpable o fracasado, tampoco suelen necesitar una intervención especializada.

Primeros auxilios psicológicos

Es suficiente tener a mano algún desinfectante y vendarlas, que, por analogía, será reconocer el problema, darle nombre, hablar con alguien de lo ocurrido, acudir al buen humor, al esfuerzo por ser optimista, cultivar afectos positivos, afrontar miedos… Y por supuesto rezar, entrar a ver a Jesús en una iglesia, usar el agua bendita, recibir la eucaristía o confesarse, etc.

Esos “primeros auxilios”, que pueden ser aplicados por la misma persona, son necesarios para disminuir el dolor y que no se afecten estructuras más profundas.

Hay sin embargo una dificultad práctica. Casi todos distinguen fácilmente una herida que necesita puntos de una que solo requiere limpieza. En el plano psicológico, las diferencias son menos evidentes. Y dejar un sentimiento de culpa o soledad sin el vendaje adecuado puede llevar a daños similares a no reconocer una fractura a tiempo.

Por esto, en la duda es útil acudir a un experto. Las heridas más importantes, que no han cicatrizado y afectan la dimensión psicológica requieren la intervención de especialistas.

Detectar heridas psicológicas más graves

Cuanto antes se detecten ese tipo de heridas mejor, pues si se hacen crónicas dan lugar a problemas de personalidad difíciles de revertir. Esas alteraciones del modo de ser llevan con frecuencia a otros problemas psicológicos.

Los especialistas pueden ser médicos, psicólogos, psicoterapeutas, coach o consejeros profesionales, capacitados para profundizar en los terrenos de la psique. En algunos casos, un profesional puede aconsejar el uso de medicamentos para reducir las manifestaciones de ansiedad, depresión, hiperreactividad, falta de sueño y otros factores fisiológicos.

Es sugerente considerar estos síntomas como simples alarmas de algo más profundo; pero esas alarmas, en ocasiones paralizan y se transforman ellas mismas en fuego, terremoto o parálisis. Por eso conviene controlarlas.

Ejercicios que se pueden sugerir al acompañar a la persona herida

Hay numerosas técnicas de relajación y ejercicios de respiración eficaces para reducir tensiones. Se emplea también el mindfulness, como una especie de terapia contemplativa que busca regular las emociones. Aunque es importante no confundirlo con la oración cristiana, este método puede ayudar a centrarse en el presente y favorecer la serenidad. Pero, si esas emociones han estado desreguladas por años, será más difícil encauzarlas.

Existen también medicamentos. La idea no es usar un fármaco que “anestesie”, lo cual es poco probable que suceda con éxito y de forma permanente, sino que facilite comprender, tomar distancia de lo ocurrido y llevar de nuevo las riendas de la vida. El medicamento de por sí no cura la herida, pero puede ayudar.

Utilidad del acompañamiento espiritual

El acompañamiento espiritual, en cambio, siempre tendrá utilidad en las heridas. Tantas veces no se tratará de ofrecer un remedio, sino de acoger, escuchar, compadecerse y acompañar. Esto supone reconocer las propias barreras o pensamientos, más o menos conscientes, del estilo: “no seré capaz de ayudar”, “no estoy seguro si molestaré”, “no veo claro qué hacer”, etc.; y fomentar las siguientes disposiciones:

  •  Reconocer el sufrimiento de la otra persona. Salir de la propia visión y captar el dolor del otro, aunque nos parezca pequeño o exagerado.
  •  Admitir y validar el sufrimiento y que una experiencia subjetiva de dolor ha tenido lugar: es válida no solo para ti, sino que yo también la acepto y la veo, y te comprendo. No culpar precipitadamente a nadie, sino a la situación; y centrar la atención en la persona que sufre, no en los que la han hecho sufrir.
  •  Afirmarse en la intención de ayudar, aunque sintamos que tal vez es poco lo que podemos hacer, que no somos capaces o que no va a servir de nada. Escuchar y comprender con actitud abierta y compasiva es posible.
  •  Disminuir el dolor: las dudas de poder hacer algo pueden empujar a no querer hacernos cargo del “caso”. Pero olvidamos que no hay “casos”. Hay hijas o hijos de Dios que han acudido a nosotros. Siempre somos capaces de compasión, que es compartir el dolor y por tanto disminuirlo.

Una vez establecidas estas pautas, estamos en mejores condiciones de seguir con el tema.

¿Cuándo sugerir la visita a un especialista en psicología?

Ya dijimos que después de tres horas de un dolor en la fosa iliaca, casi cualquier persona recomendará acudir a un servicio de urgencia. Pienso que también hay un plazo, aunque menos estable y universal, para poner más medios ante un dolor psicológico o espiritual causado por heridas. Dependerá del tipo de dolor, de si es constante, impide o no realizar las normales actividades, y cuánto repercute en las tareas normales y en las relaciones interpersonales.

Si se presenta un estado de ánimo bajo persistente, falta de interés por lo que antes se hacía, “nerviosismo” de fondo, sentimientos de culpa patológicos, ideas repetitivas, problemas de sueño, un buen plazo son dos semanas. Este es el límite de tiempo que se suele poner ante síntomas depresivos: una marea baja, en expresión de Frankl, no puede durar más.

Existen también motivos de urgencia para acudir a un médico, como producirse auto lesiones físicas, en un intento de enmascarar el dolor psicológico. O síntomas más evidentes de ansiedad, depresión, obsesividad…, o más graves como el delirio.

Una relación empática siempre ayuda. Es el marco para ahondar en la experiencia traumática y favorece la integración o regulación emotiva.

Conclusiones del guion sobre heridas psicológicas

En marzo del 2021, el enorme barco Ever Given quedó encallado en el canal de Suez, bloqueando el flujo marítimo. Para salir de esa situación se necesitaron días, mucho esfuerzo, la ayuda de varios remolcadores externos y esperar a que llegara de nuevo la marea alta.

Una persona herida psicológicamente navega con dificultad y habrá que acompañarla con paciencia. Puede estar por completo encallada y necesitará de un equipo de personas cualificadas que la ayuden a volver a flote. Casi siempre será posible contar con su propio esfuerzo, por pequeño que parezca: incluso el gran barco mencionado, tenía sus motores funcionando y hacía lo que podía. El capitán no se quedó rumiando la culpa propia o de los demás.

Mejor habría sido que el barco no encallara. Hay que cuidar las medidas de prevención de heridas, especialmente en los niños, y los primeros auxilios ante las inevitables decepciones de cada día. Es útil que quien acompaña a otra persona en su desarrollo tenga nociones de primeros auxilios psicológicos, pues aceleran la curación. Esas medidas de ayuda no excluyen la necesidad de acudir a un especialista, si el daño es grave o persistente.

Acompañar espiritualmente a la persona herida

El acompañamiento espiritual es un medio privilegiado para afrontar los traumas. Fortalecer esta dimensión humana implica salir de uno mismo, buscar lo positivo y el sentido, para una vida llena de significado.

La persona espiritual comprende que muchos aspectos de la vida y del mundo no se pueden cambiar. No se queda varada, sino que intenta mejorar, para servir más y dejar un mundo más feliz. Desde el perdón, se detiene a pensar qué podría cambiar ella misma.

Las virtudes tienen la fuerza de muchos remolcadores. La fe, la esperanza y la caridad sostienen la identidad, impulsan a actuar con autonomía y hacen brillar la autoestima en el amor de Dios. Cada virtud cristiana nos apoya para que sigamos navegando. La humildad sirve para reconocer la propia condición y agradecer tantos dones recibidos.

Es de esperar también que se ensanchen los canales y se amplíen los puertos, para que sea más llevadera la vida. Hace falta coherencia que quite obstáculos peligrosos y contrarreste la cosificación de la persona, la cultura del rechazo de la que habla el Papa Francisco, ese «Espíritu venenoso de lo desechable» (Amoris laetitia, nº 153).

Cada una y cada uno tenemos nuestra propia responsabilidad. Todos podemos ser bálsamo, vendaje y no hundir a nadie, si cuidamos especialmente los gestos y el lenguaje. Sonriamos. Seamos empáticos. Busquemos lo positivo al hablar y en nuestros juicios. Recordemos que las palabras tienen poder de herir y de curar. Y esforcémonos en escuchar más que en hablar.

Wenceslao Vial

Bibliografía de la parte II del guión de heridas psicológicas

—Cristián Pizarro, Cómo superar el dolor y las heridas psicológicas.

—Emily Esfahany, El poder del sentido; vídeo entrevista y resumen: especialmente lo que se refiere a: editar la narrativa de la propia vida:

— Robert Enright, Las ocho claves del perdón, Elephteria, 2020.

— Javier Schlater, Heridas en el corazón. El poder curativo del perdón, Rialp, 2019 (3ª); El proceso del perdón, pp. 47-59; El perdón y la salud, pp. 134-149.

—Xosé Manuel Domínguez, Más allá de tus heridas: acompañamiento y sanación, cap. 4, Sanando heridas, pp. 101-156; y cap. 5, Rompiendo cadenas, pp. 182; cap VI, Sanación espiritual, pp. 183-198.

— Francisco Insa, Con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mentePalabra, Madrid 2021, apartado Quererse para poder querer, pp. 51-60; y, en cap. Ayudar a vivir la castidad, apartado 5. Ayuda profesionalpp. 227-233; Prevenir la patología afectiva, pp. 267-281.

—Wenceslao Vial, Madurez psicológica y espiritualPalabra, Madrid 2019 (4ª), cap. 9, apartado Salud del cuerpo y salud espiritual, pp. 337-344.

—Guy Winch, Emotional First Aid. Healing Rejection, Guilt, Failure, Plume Book, New York 2013.

— Papa Francisco, Amoris Laetitia, cap. V-VI, Amor que se vuelve fecundo y Algunas perspectivas pastorales. (nn. 239-246: “Viejas heridas”).

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Entrevista en Mundo Cristiano sobre el libro Madurez psicológica y espiritual, Wenceslao Vial, relaciones entre la fe y la salud mental