La Navidad histórica, fuente de paz
La Navidad, ¿una luz en estos tiempos?
Una historia de más de 2000 años sigue llenando de paz a millones de personas en todo el mundo. El nacimiento de un niño es celebrado incluso por los no creyentes.
¿Es posible que sea una sugestión psicológica masiva? ¿Cómo actúa la Navidad en la psicología y la vida de cada persona?
Llegar a los hechos de la Navidad
” En aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto, para que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento se hizo cuando Quirino era gobernador de Siria. Todos iban a inscribirse, cada uno a su ciudad. José, como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y cuando ellos se encontraban allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el aposento” (Lucas 2, 1-7: para citas, Biblia de Navarra).
Lucas, el autor de este pasaje, no quería contarnos historias, sino escribir la historia: es decir, lo que realmente sucedió. Nos cuenta las tradiciones familiares, en las que María, la madre de Jesús, es una de las principales fuentes.
Tras la lectura anterior, podemos planteemos tres preguntas, como aconsejaba Benedicto XVI, respecto al método de abordar la lectura de la Biblia:
- ¿Es cierto lo que se dice?
- ¿Tiene algo que ver conmigo?
- Y si es así, ¿de qué manera?
¿Es cierto lo que se dice en los Evangelios sobre Jesús de Nazaret?
Lucas, médico de origen griego, quiere relatar los hechos con la mayor veracidad posible, como leemos al principio de su Evangelio: “Me pareció también a mí, después de haberme informado con exactitud de todo desde los comienzos, escribírtelo de forma ordenada, distinguido Teófilo” (Lucas 1, 3).
En la base se encuentra una misteriosa coincidencia:
Se sabe que en aquellos años Roma realizó un censo de todos los ciudadanos de su imperio –el primero de todo el mundo: ecúmene-, para determinar la cuantía de los impuestos.
La casualidad, que cabe ver como un designio, quiso que María fuera llevada de la ciudad de Nazaret a Belén en los últimos días de su embarazo. Podemos imaginar la incómoda y difícil situación.
Por otra parte, Lucas menciona a Augusto, nacido en Roma, en la colina del Palatino, con el nombre de Cayo Octavio. Hijo de un rico comerciante, que murió cuando tenía 4 años, fue adoptado por su tío abuelo Julio César, al hacer su testamento. Al nacer Jesús, Augusto es nada menos que el primer emperador romano. Ha gobernado su imperio durante unos 27 años y no sabe nada de Belén, la ciudad nombrada por el profeta Miqueas 700 años antes como el lugar donde iba a nacer el Salvador: ” Pero tú, Belén Efrata, aunque tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti me saldrá el que ha de ser dominador en Israel; sus orígenes son muy antiguos, de días remotos” (Miqueas 5, 1).
El emperador Augusto no conoció el anuncio del ángel
Augusto desconocía también la anunciación del ángel a una joven doncella de Nazaret… Mientras tanto, había dejado atrás el nombre de Octavio y llevaba con alegría el título de Augusto, es decir, digno de veneración y honor. Nueve años antes había construido un gran altar en el Campus Martius, para celebrar la Pax Augusta, un periodo de paz en todo el imperio: el ara pacis augustae, que posteriormente se trasladó a la Via di Ripetta, en el centro de Roma, frente a su mausoleo. En ese mausoleo se encuentran las cenizas de todos los emperadores y familiares de la dinastía Julio-Claudia (excepto las de Nerón).
Augusto llevó a cabo muchas obras y reformas importantes. Dio un gran impulso a la cultura, poniendo también en orden el calendario de Julio César. Murió el 14 d.C., y empezó a ser llamado hijo de Dios. Sin embargo, no supo que el acontecimiento más importante del mundo ocurrió durante los años de su imperio: fue durante su imperio cuando nació el verdadero Hijo de Dios, que cambió el curso de la historia e incluso el calendario, con la forma de nombrar los años.
Calendarios del imperio romano antes de Cristo
En el Imperio Romano se utilizaban varios sistemas de calendario. Entre ellos, la denominación de cada año por el nombre de los cónsules en ejercicio (datación consular, de uso exclusivo durante toda la época republicana), la referencia a la fundación de Roma (datación ab Urbe condita, abreviada a. U. c.) o la denominación de los años posteriores al inicio del reinado de un emperador. Se utilizó especialmente la ascensión al trono imperial de Augusto, que marcó el inicio del Imperio Romano, con la era de los Césares. César, que, curiosamente, significa dios en lengua etrusca.
Debemos al monje Dionysius Exiguus (fallecido hacia el año 550) haber fijado la fecha del nacimiento de Jesús. Lo hizo con un pequeño error, porque ciertamente fue algunos años antes. De hecho, se sabe que el censo tuvo lugar bajo el mandato de Herodes el Grande, que murió cuatro años antes del nacimiento de Jesús. El historiador Flavio Josefo indica que el año del censo fue el 6 d.C., con Quirino como gobernador de Siria. Es plausible pensar que el censo duró varios años.
San Lucas y la Navidad histórica fuente de paz
Lucas nos dará más detalles: como el comienzo de la vida pública de Jesús en el año 15 del imperio de Tiberio.
Seguramente, por muchas razones, podemos decir: es cierto, un hombre llamado Jesús nació y vivió en nuestro mundo. Humanamente, había paz y prosperidad. Jesús hizo muchas maravillas: curó enfermos, resucitó muertos, dijo que podía perdonar los pecados e incluso se ofreció como alimento para la humanidad (no en sentido figurado).
Si no era Dios, era un impostor o una especie de mago. Jesús sólo nos da seguridad y paz si es Dios.
Desde el momento en que admitimos el hecho relatado por Lucas sobre este Niño que cambió el mundo, no puede ser igual nuestro modo de vivir. Nos jugamos la misma vida… y la felicidad.
¿Tiene el nacimiento de Jesús de Nazaret algo que ver conmigo?
Para responder a esta segunda pregunta, pensemos de nuevo en lo que leemos: ” dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el aposento”. También hoy el Señor busca un lugar en nuestros corazones. Y lo vemos en un pesebre. En aquella época era habitual utilizar las cuevas como establos. Allí nació Jesús de Nazaret. Marción, un gnóstico cristiano del siglo II, se escandalizó diciendo: “¡Quita ese pesebre, quita esos pañales inmundos, indignos del Dios que adoro!”. A pesar de su descontento, el hecho sigue siendo el mismo.
Testimonio de las primeras personas que vivieron la escena de Belén
“Había unos pastores por aquellos contornos, que dormían al raso y vigilaban por turno su rebaño durante la noche. De improviso un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de luz. Y se llenaron de un gran temor. El ángel les dijo: —No temáis. Mirad que vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. De pronto apareció junto al ángel una muchedumbre de la milicia celestial, que alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres en los que Él se complace»”. (Lucas 2, 8-14).
Todas las enseñanzas posteriores de Jesucristo nos llenan de paz y alegría. Nos ayuda a conocernos mejor como seres humanos. Él es el Logos: el verbo, el sentido, la palabra, según el significado griego de la expresión; y es el pan… Él es el verdadero alimento. San Agustín razonaba así: los animales suelen comer en el pesebre, y ahora allí está Jesús, que es el pan bajado del cielo. Él es el alimento que nos da la vida eterna.
La Navidad histórica tiene que ver con nosotros
Una vez que hemos comprobado la verdad de los acontecimientos de Belén, y aceptamos que el hecho nos influye, es útil examinar nuestra vida cotidiana. Dejar entrar a Jesús. Preparar un pesebre para él en nuestros corazones. Sólo con un corazón limpio podemos ver a Dios. Limpios de nosotros mismos, y también puros de tanta contaminación externa. Se me ocurren muchas preguntas: ¿Quiero ser el centro de todo? ¿Qué imágenes dejo entrar en mi corazón? ¿Qué es lo que más me atrae?
Jesús vino al mundo en pobreza y humildad. ¿Dónde busco la felicidad? ¿Cómo me ocupo de los demás, de los más pobres? ¿Me dejo envolver, como dice el Papa Francisco, por la cercanía de Dios, que es compasión, que es ternura?
El primer pontífice, San Pedro, animaba así a todos los cristianos: “Glorificad a Cristo en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pedro 3, 15). Esa palabra razón también corresponde al Logos griego.
El Logos cristiano
Y es el Logos divino, el Verbo, la segunda persona de la Santísima Trinidad, quien viene al mundo en forma de niño. Esta es nuestra esperanza, la Buena Noticia que los cristianos quieren presentar al mundo.
En el libro de Isaías, 700 años antes de los hechos relatados por Lucas, leemos: “El buey conoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no lo sabe y mi pueblo no lo entiende”. (Isaías 1, 3). Según la tradición, que toma elementos del Antiguo Testamento, también había un buey y un burro en Belén. Estos animales, que nunca faltan entre las figuras del pesebre, también pueden representarnos a nosotros. Como ellos, no hemos podido ver, pero con la vida y las enseñanzas de Jesús, la luz ha entrado en nuestra existencia, llenándola de sentido, alegría y esperanza.
El obelisco del Esquilino alaba a Dios
Pero volvamos a Augusto (Octaviano). Tras adueñarse de Egipto, antes de ser emperador, en el año 31 a.C. en la batalla de Accio contra Marco Antonio y Cleopatra, comenzó a llevar a Roma numerosos obeliscos, que aún hoy adornan la ciudad. Dos de ellos se colocaron justo a las puertas de su propio mausoleo, pero a lo largo de los siglos se trasladaron a otro lugar.
Uno de estos obeliscos, que estaba en la puerta del mausoleo de Augusto, fue colocado por Sixto V, en 1587, fuera del ábside de Santa María la Mayor, en la colina del Esquilino. En esta basílica se conservan algunas reliquias del pesebre del Niño Jesús. Y el obelisco, muy cerca en el exterior de la iglesia, tiene una inscripción en latín en el pedestal que dice: “Con gran alegría venero la cuna de Cristo, Dios vivo para siempre, yo que tristemente servía ante el sepulcro del difunto Augusto”.
Este pequeño Niño acostado en un pesebre, es un guerrero ya victorioso que llevará la gloria de Dios a su cumbre, que extenderá su dominio más allá de los reyes, más allá del exterminio y la muerte, hasta una nueva creación del universo (cf. Bruckberger, L’histoire de Jésus-Christ).
Madre, en la puerta hay un Niño
Ante un nacimiento que cambió la historia, también nosotros podemos convertirnos en niños y seguir las notas de tantos cantos navideños, como este: Madre, en la puerta hay un Niño / Más hermoso que el sol bello / Parece que tiene frío / Porque viene medio en cueros. Pues dile que entre / Se calentará / Porque en esta tierra Ya no hay caridad./ Entró el Niño y se sentó / Mientras que se calentaba / Le pregunta la patrona/ De que tierra y de que patria. Mi padre es del Cielo/ Mi madre también/ Yo bajé a la tierra/ Para padecer.
En medio de las dificultades, la inseguridad, la pandemia, el miedo, las guerras, podemos tener paz. Y, como aquel simpático burro caminó de Belén, llevar a Jesús y a María por los caminos del mundo.
Wenceslao Vial
Para profundizar se recomienda: Tiempo de Navidad