La perfecta alegría
Un camino de conversión y santidad
Para el cristiano la alegría no es tan sólo una opción, es un deber. Lo dice enfáticamente el apóstol san Pablo: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad siempre alegres” (Fil 4,4). No se trata de un mero consejo sino de una orden.
Índice de contenido
- Alcanzar la perfecta alegría
- Todos en camino a la felicidad
- Alegría, noche oscura y depresión
- Dios está empeñado en hacernos felices
- Distintas tristezas opuestas a la alegría
- Alegría y conversión
Para profundizar, ver el libro: Antonio Mestre, La perfecta alegría. Un camino de conversión y santidad.
Como es obvio, esto no tendría sentido si no fuera porque el apóstol está convencido de que la alegría es imprescindible para llevar una vida cristiana plena. Pero, asimismo, significa que la alegría hay que trabajarla, pues la alegría de la que estamos hablando no es algo que se produzca espontáneamente: requiere, por el contrario, de todo nuestro ingenio y voluntad, de una profunda fe y amor a Dios y al prójimo, de una gran esperanza en las promesas divinas, de una confianza absoluta en el poder de Dios Padre. En suma, se trata de la perfecta alegría que Jesucristo vino a traer al mundo.
Las siguientes consideraciones, aparte de ser una aportación a la alegría, quieren mostrar que la alegría es un auténtico camino de conversión y que esta conversión es además una genuina senda de santidad. Con razón decía santo Domingo Savio que “entre nosotros uno se hace santo a base de alegría”.[1] La alegría se presenta, así, como una piedra de toque en la vía de nuestra vida cristiana.
Alcanzar la perfecta alegría
Quiero insistir en esto al decir que empeñarse en vivir la alegría perfecta es una manera concreta y exigente de vivir la fe cristiana. “Quien recomienda la alegría recomienda la santidad”,[2] dice con razón un autor contemporáneo. Por ello, comprometerse a vivir en la alegría exige una real trasformación.
Está en la esencia misma del cristianismo la llamada a vivir en el gozo, responder a esta invitación es responder a Cristo mismo. “Que nadie se considere excluido de esta alegría, pues el motivo de este gozo es común para todos”, dice san León Magno en uno de sus sermones con ocasión de la Navidad. Y continúa diciendo: “Alégrese pues el justo, porque se acerca a la recompensa; regocíjese el pecador, porque se le brinda el perdón; anímese el pagano, porque es llamado a la vida”.[3]
Dios nos ha creado para la vida, es decir, para la felicidad, y ésta es la más honda vocación del hombre. Todos quieren ser felices y éste es el anhelo más profundo del ser humano. En una célebre página san Agustín observaba cómo en el fondo todos estamos buscando ser felices. “Pregúntales a dos sujetos si quieren ser soldados, y tal vez uno te conteste que sí y otro que no; pero pregúntales si quieren ser felices, y al instante, ambos sin dudarlo, te dirán que sí”.[4]
Todos en camino a la felicidad
Todos andan en pos de la dicha, pero no todos saben dónde ni cómo hallarla. En fin, me parece de sumo valor para el cristiano recordar que la santidad pasa por la alegría. De ahí que, si perdemos de vista el gozo para el que fuimos creados, perderemos también el rumbo de nuestra vida cristiana. Se trata de una verdad de catecismo: “La felicidad debe llenar todas las aspiraciones del hombre”.[5]
Aquí hablaremos del gozo espiritual. Se trata de una realidad en lo más interior del alma cuya fuente está en el mismo Dios. Ahora bien, como en todas las cosas que se refieren al hombre, lo espiritual y lo corpóreo van de la mano. Así que, normalmente, la alegría interior se experimentará en el cuerpo; pero esto no es siempre así. Habrá ocasiones en las que el cuerpo (por agotamiento, hambre, enfermedad, tensión psicológica y muchas otras causas más), no cooperará a nuestra alegría.
Alegría, noche oscura y depresión
Los grandes maestros de la vida espiritual han dejado constancia de situaciones en las que, a veces de modo inexplicable, la desolación se apodera del alma. San Juan de la Cruz habla de la noche oscura del alma e igualmente la considera una purificación necesaria y llevada a cabo por Dios con miras a nuestro bien.[6]
También se podría incluir aquí la condición médica de la depresión. Es verdad que hay circunstancias de la vida que consiguen debilitar de tal forma la psique que resultan en una astenia clínicamente constatable. Las posibilidades de sufrir grandes tristezas y un decaimiento de las fuerzas hasta el marasmo no son de excluir. Así y con todo, decimos —incluso a quienes padecen depresión— que la dicha es un camino de conversión posible también en su caso.[7] Se trata, sin duda, de un camino arduo.[8]
¿Para qué nos creó Dios, sino para ser felices? Dios me ha creado para ser dichoso. Es una certeza de fe que acompaña mi propia experiencia. Siento en mi interior el anhelo de ser feliz. Y la fe me dice que es Dios mismo quien ha puesto en mí ese deseo.[9] “Dios es el Dios del amor y nos trajo a la existencia porque encuentra satisfacción en estar rodeado de criaturas felices: nos hizo inocentes, santos, rectos y felices”.[10]
Dios está empeñado en hacernos felices
San Claudio de la Colombière imagina al hombre —con su pecado— diciéndole a Dios que no quiere ser feliz y Dios le contesta: “No puedo complacerte en ser miserable. Seré tan insistente contigo hasta que me complazcas. Tengo que hacerte feliz”.[11]
Cuando estamos tristes, no solamente estamos pasando un mal rato, sino que estamos echando a perder el plan de Dios para nosotros. Cuando me empeño en estar triste y enojado, además de que no soluciono mis problemas, termino por dañar a las personas que me rodean y generalmente eso significa lastimar a las personas que más me quieren.
Por más que me parezca una gran virtud el vivir acongojado y decaído en esta tierra con la idea de que llegando al cielo seré feliz, debo entender que la tristeza no es agradable a Dios. El cielo, vuelvo a decirlo, es el lugar de los que saben ser felices. Y eso se aprende en esta tierra. Se comprenden entonces estas palabras de san Josemaría Escrivá cuando escribió: “Cada vez estoy más persuadido: la felicidad del cielo es para los que saben ser felices en la tierra”.[12] En efecto, si no aprendo a ser feliz hoy, ahora, no lo seré más adelante. Siempre hay algo de enfermizo en querer estar decaído y triste.
Distintas tristezas opuestas a la alegría
Hay que distinguir entre una tristeza natural y lógica y una tristeza exagerada y mala. Cuando hablo aquí de la tristeza me refiero a esta tristeza desproporcionada y mala que se apodera de nosotros como una epidemia mortal. Es precisamente esta tristeza la que es enemiga de la alegría. Debo pues hacer todo lo que esté en mis manos para impedir que esta tristeza se adueñe de mi vida y por ende debo empeñarme en vivir alegre.
Comoquiera que estas reflexiones pretenden adoptar la alegría como senda de santidad, nos quedaríamos cortos si no habláramos de la conversión. Convertirse a la alegría implica renunciar al pecado. Como dice el apóstol Santiago (1,25): el hombre verdaderamente feliz encuentra su dicha en lo que viene de Dios y pone en práctica sus mandamientos.
Alegría y conversión
En definitiva, este camino de la alegría supone una auténtica conversión. Se trata de tomarse en serio la vida cristiana. No significa tener que elegir entre una vida de puro gozo y otra de puro sufrimiento, sino de vivir en el gozo sin huir del dolor. Esto sólo es posible confiando plenamente en el poder de Dios.
He de remachar aquí que la vida cristiana no es una vida triste. Practicar las virtudes, ejercer la caridad, servir al prójimo y todo el esfuerzo por imitar a Cristo no es una tortura. Dios me quiere feliz. “Hay muchos para quienes la vida les pesa como una carga. A algunos les resulta casi insoportable. Pero para el hombre virtuoso, lo único que hace la vida insoportable es el pecado”.[13]
Estas palabras del padre Lovasik podrían ser parafraseadas diciendo que, para quien realmente desea cumplir la voluntad de Dios, lo único insoportable es negarme a vivir en la perfecta alegría. Convenzámonos de una vez que, como dijo el escritor León Bloy, “no hay más que una tristeza: la de no ser santos”.[14]
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Antonio Mestre, La perfecta alegría. Un camino de conversión y santidad (México: NUN, 2023) [Versiones en Kindle y Tapa blanda]
Facultad de Teología de la Universidad de Navarra
Notas a La perfecta alegría, camino de conversión
[1] San Juan Bosco, “Vida de Santo Domingo Savio”, pte. 1, cap. 18, en San Juan Bosco: Obras fundamentales, edición preparada por Juan Canals y Antonio Martínez, Madrid: BAC, 1973, p. 186.
[2] Joseph-Marie Perrin, El evangelio de la alegría, 2ª. ed., Madrid: Rialp, 1962, p. 191.
[3] San León Magno, “Sermón 1, en la Natividad del Señor”, n. 1.
[4] San Agustín, Confesiones, 10, 21, 31.
[5] Catecismo romano, I, 12, 2.
[6] Cfr. San Juan de la Cruz, Subida al monte Carmelo.
[7] El reconocido psiquiatra Juan Antonio Vallejo-Nájera dijo que el sufrimiento del deprimido es terrible e incomparable. Quien no lo ha padecido no tiene puntos de referencia. Hasta cierto punto la depresión-enfermedad es inexplicable. Esta enfermedad, en muchos casos, empuja al deprimido a atormentar a quien más los quiere, e incluso llegan a modos refinados de conseguirlo, por lo que es importante para los demás no dejarse esclavizar por el deprimido. Pese a ello, para quien ha comprendido que el gozo espiritual no es un estado anímico ni un vigor en la sensibilidad, la alegría se vive como donación, actos de amor al prójimo, aceptación de la propia condición; en suma, un acto de confianza en el poder de Dios. El deprimido ha de saber que está enfermo y no ve las cosas como son en realidad. Cfr. Juan Antonio Vallejo-Nájera, Ante la depresión, Madrid: Planeta, 1987.
Estar deprimido no es un pecado, es un padecimiento. Y como todo padecer, se sufre. Pero se puede sufrir con fe sobrenatural. En estos casos la alegría no consistirá en una sensación, sino —como es en sí misma— en una convicción. No es posible aquí dar pautas para los casos de depresión (que por lo demás son diferentes de uno a otro). Como advertimos en la introducción, nuestro texto se dirige a los casos más ordinarios. De todas formas, quede asentado que incluso en medio de la depresión es posible elegir la alegría interior como camino de conversión y de santidad.
[8] Casos de una profunda desolación experimentada largos años, pero misteriosamente compatible con el gozo interior los menciona Vital Lehodey, El santo abandono, Madrid: Rialp, 1996. Los citados son santa Juana Francisca de Chantal y san Alfonso Ma de Ligorio.
[9] Cfr. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1718.
[10] San John Henry Newman, “Sermon 14”, en Parochial and Plain Sermons, Vol. 7, Londres: Longmans, Green and Co., 1908, p. 192.
[11] San Claudio de la Colombiere, De l’amour de Dieu, IV, 306. Citado por Georges Guitton, Perfect friend, Londres: Herder, 1956, p. 270.
[12] San Josemaría Escrivá, Forja, n. 1005.
[13] Lawrence Lovasik, El poder oculto de la amabilidad, Madrid: Rialp, 2015, p. 11.
[14] “Il n’y a qu’une tristesse —lui a-t-elle dit, la dernier fois— c’est de n’etre pas des saints”: Léon Bloy, La femme pauvre, Paris: G. Crès et Cie., 1924, p. 388.