Psicología y vida espiritual en la juventud
Alcanzar la felicidad con una vida limpia
Juventud divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!, dice un poema de Rubén Darío. Los signos de exclamación resaltan la importancia de cuidar los años de la juventud, para ser siempre felices.
En una entrevista en la Universidad de Los Andes de Santiago de Chile, Wenceslao Vial responde algunas preguntas sobre la formación de los jóvenes hoy.
1. ¿Cómo se relaciona lo espiritual con lo psicológico?
La relación entre las dimensiones es tan estrecha, que una grieta profunda en una de ellas puede hacer que tiemble o caiga el entero edificio... El ser humano es una unidad de cuerpo, psique y espíritu. El cuerpo es lo más evidente, lo orgánico y material. El espíritu es lo inmaterial que da la unidad al compuesto, que nos permite preguntarnos por el sentido de la vida, captar el mundo y a los demás en profundidad, dialogar con una inteligencia creadora, con Dios.
La psique comprende los procesos mentales, los recuerdos, la imaginación, la memoria, con sus misteriosos pasajes de lo consciente a lo inconsciente, el mundo de las emociones, sentimientos y pasiones que nos serenan o agitan, y el tono del humor, ¡tan fluctuante!
2. ¿Es posible diferenciar los problemas psicológicos de las dificultades espirituales?
Muchas veces sí, y en el libro “Madurez psicológica y espiritual” doy algunas claves para conseguirlo. De todos modos, es frecuente que las manifestaciones externas e internas sean similares y comprometan a la persona entera. No se trata de aliviar solo al cuerpo, solo a la psique, o solo al espíritu…
Por ejemplo, ante síntomas depresivos habrá que considerar la influencia de terrenos propicios como una falta de luminosidad o de vitamina D, desbalances hormonales, situaciones sociales o familiares estresantes, el sustrato en parte heredado de una personalidad perfeccionista y autoexigente, etc.; pero también convendrá valorar aspectos más espirituales, como el sentido de la vida, la actitud ante ella, la identidad, la autoestima y la coherencia entre nuestro actuar y nuestros valores. Las faltas de coherencia son como un terremoto que nos deja en el suelo.
3. ¿Cómo ayuda una vida espiritual plena a mantener un equilibrio en lo personal?
La meta de una vida lograda va en realidad más allá del equilibrio. Todos necesitamos amar y esto requiere sacrificio y esfuerzo, como experimenta incluso quien quiere a un gato, pues tiene que cuidarle, se preocupa al verle decaído o con hambre… Con los seres humanos, la necesidad de darse y de servir es mucho mayor: no podemos poseer a los demás. Cuánto ayuda tener presente, en cualquier circunstancia, que las personas no se usan, no son objetos o animalitos a mi disposición.
Reconocer al otro en su dignidad lleva a ser capaces de una sana tensión, de dominar los instintos, de esperar los momentos adecuados para ciertas manifestaciones de afecto, de respetar el lenguaje del cuerpo. La espiritualidad vista como aspiración al sentido, factor unificador y puente hacia otras personas, crece fuerte y robusta cuando se protege la intimidad, se cuida el pudor en lo corporal y en lo emotivo.
¡Qué buen ejemplo nos dan quienes son capaces de renunciar a dinero y honores, por proteger su intimidad! Pienso en una cantante italiana de 18 años que se negó hace poco a interpretar una escena de Romeo y Julieta, en la que le exigían degradarse a la condición de “cosa seductora”: perdió el papel, no pudo ser Julieta…, pero fue mucho más valiente y auténtica, como reconoció después el mismo productor de la famosa obra de teatro.
4. ¿Qué se necesita para alcanzar un equilibrio o madurez espiritual y psicológica?
Me parece que necesitamos precisamente olvidarnos de buscar el equilibrio, y querer de verdad a los demás, con un esfuerzo renovado cada día. En el caso de los novios, por ejemplo, la madurez estará en compartir un proyecto común, en saber si se podrá conversar siempre. Esto implica un conocimiento profundo, sin que una sensualidad desmedida ponga un velo a lo que el otro o la otra realmente son: el exceso de intimidad física antes de la donación matrimonial dificulta este conocimiento y fomenta la “cultura del descarte”: “ahora ya no me gustas, ahora ya no sirves”.
Si uno de los dos protagonistas del noviazgo no es capaz de esperar, es posible que falte el amor y tarde o temprano uno o ambos se sentirán usados, como un objeto desechable. La persona madura es además autotrascendente, capaz de salir de sí misma.
En esto tienen un papel importante el buen humor: ¡qué bueno es intentar sonreír con más frecuencia! Como dice el Papa Francisco, que no parezca que nos lavamos los dientes con vinagre…
5. ¿Los problemas típicos de la edad tienen alguna relación con alcanzar esa madurez?
La madurez es un proceso marcado por cada etapa del desarrollo. El niño y la niña van madurando y dejan atrás el “mío, mío…” tan característicos. Las expectativas absolutas del bebé “seguro” de que su madre le dará de mamar o del niño más crecido que confía “ciegamente” en la llegada de los regalos que ha pedido…, abren paso a la esperanza de recibir lo que se desea y no se ve…, de superar un examen, de abrirse camino en la vida…, de alcanzar las metas, de llegar al Cielo. La adolescencia es particularmente importante para adquirir mayor identidad, clave para el resto del camino.
También por esto, es imprudente, como ha puesto de manifiesto el colegio norteamericano de pediatría, introducir dudas en los niños acerca de elementos esenciales como la propia sexualidad o género. Afrontando estos temas de modo superficial e ideológico se está robando la esperanza a muchos jóvenes: se les hace creer que son esclavos de sus genes y fuerzas ciegas, sin fomentar la disposición de crecer libres y mirar al futuro con ilusión.
La edad adulta, la pensión, la vejez, tienen cada una sus dilemas y crisis: y de cada crisis se puede salir mejor preparado que antes, con más alegría y conciencia de una misión. En palabras de Viktor Frankl, “no importa tanto qué esperas tú de la vida, sino lo que la vida espera de ti”. Por esta vía, pensando en ayudar, en servir, se alcanza la armonía, que requiere afinar cada nota de nuestra personalidad.
6. ¿Cómo se puede identificar cuándo se necesita un médico, psicólogo o un sacerdote?
A veces será evidente, como en las enfermedades graves o descompensaciones psicológicas serias, como un episodio de manía, ansiedad o depresión extrema, que requieren un profesional de la salud; o una duda de consciencia o sentimiento de culpa normal, en las que intervendrá quizá un sacerdote. En muchas ocasiones, sin embargo, será útil la ayuda de un sacerdote en algunos aspectos, y la de un médico o psicólogo en otros. Para ser más eficaces, es bueno conocer la unidad de dimensiones que mencionaba.
Hace un tiempo vino a verme una persona a la que el médico le había dicho: “Lo suyo parece un problema de conciencia moral”. Más de alguna vez he experimentado el bien que un comentario así puede hacer: por supuesto, si es verdad.
También he comprobado, en mi labor sacerdotal, los beneficios de afrontar abiertamente algunos aspectos no directamente espirituales, al decir por ejemplo a alguien extremadamente ansioso, con tendencia marcada al pesimismo: “Mira, lo que te pasa tiene seguramente muchas causas, pero te beneficiarás de un apoyo psicológico, o al menos duerme mejor, haz ejercicio regularmente, sonríe tres veces al día…”.
En otros artículos, desde este link, se puede ver: cómo afrontar las heridas psicológicas de la persona, para ayudarla.
7. Algún mensaje para los jóvenes que están en búsqueda de una vida espiritual más plena.
Me gustaría decirles, con el Papa Francisco, que no se dejen robar la esperanza. Que si se han venido abajo por alguna grieta o temblor, Dios les ofrece nuevos materiales y les ayuda a reconstruir, especialmente en la confesión. Y recordarles las palabras de san Juan Pablo II hace 30 años en Chile: “el amor es más fuerte”.
Ver vídeo: “El amor es más fuerte”, Juan Pablo II en Chile, 1987
Que nos perdonen el mal ejemplo que los mayores hayamos podido dar, y que miren mucho a Jesucristo: un hombre como nosotros que dejó unas enseñanzas admirables para creyentes y no creyentes.
Las Bienaventuranzas que él propone son notas que conviene afinar una a una, para que el conjunto sea armónico: tener el alma desprendida, ser pobres, sobrios y templados en el uso de los bienes de este mundo, con una preocupación sincera y efectiva por los más necesitados, vivir la mansedumbre, llorar con los que lloran, compadecerse, ser misericordiosos, mantener limpio el corazón, ser sembradores de paz y de justicia… Así nos libramos de la esclavitud del vicio y nos sabemos responsables: es decir, con capacidad de responder a alguien: la propia familia, los demás, la sociedad… el creador… ¡Qué seguros son estos consejos para alcanzar la felicidad, para ver a Dios!