La voz del corazón (I): saber escuchar
¿Por qué es tan difícil escuchar la voz del corazón? Lo veremos a partir del libro de Susanna Tamaro, Donde el corazón te lleve. Se trata de seguir formando los sentimentos con el recurso a la buena literatura.
El lugar del corazón
A lo largo de la historia del pensamiento en el mundo occidental, una de las preguntas más difíciles de contestar ha sido siempre cuál es el lugar del corazón. ¿Por qué?
Quizá porque el corazón es diferente de todo lo demás. No se confunde ni puede identificarse con el gusto, la voluntad o los sentimientos, y menos aún con la razón. Todos tenemos experiencia de que es el lugar donde guardamos nuestros recuerdos más entrañables, los buenos, los malos, los que nos duelen y avergüenzan y los que nos llenan de añoranza, alegría y esperanza.
Y no sólo guardamos «nuestros recuerdos», sino los de todos aquellos que se han relacionado con nosotros, porque no somos individuos aislados, somos personas, con un inmenso tesoro de relaciones personales que han dejado huella en nuestro corazón y, a la vez, nosotros también hemos dejado huella en tantos otros corazones.
Pero si es así, ¿por qué nos cuesta tanto oír la voz del corazón en nuestras vidas?
Me gustaría intentar dar una respuesta de la mano de Susanna Tamaro, una de las autoras italianas actuales que más impacto ha tenido en las últimas décadas.
El mundo moderno desconfía del corazón
El mundo moderno, parece decirnos Tamaro, desconfía profundamente de todo lo que esté vinculado a la esfera emocional y se acerque al corazón humano. Para este mundo racionalista, rígido y frío, la razón debe prevalecer sobre el corazón.
Al imponer una rigidez excesiva a su mente, Ilaria había reprimido la voz de su corazón. De tanto discutir con ella, hasta yo tenía miedo de pronunciar esa palabra. Una vez, cuando aún era una adolescente, le había dicho: el corazón es el centro del espíritu. A la mañana siguiente, encontré el diccionario abierto en la entrada de ‘espíritu’ sobre la mesa de la cocina: con un lápiz rojo había subrayado la definición: líquido incoloro apto para conservar la fruta.
Estas son las palabras de Olga, el personaje central de la novela. Nos hacen repensar la separación forzosa que el pensamiento moderno ha impuesto al ser humano, obligándole a separar la razón del sentimiento, la mente del corazón.
A estas alturas, el corazón ya te hace pensar en algo ingenuo y barato. Cuando era joven, aún era posible mencionarlo sin avergonzarse, pero ahora es un término que ya nadie utiliza. En las raras ocasiones en que se menciona, es sólo para recordar una de sus disfunciones: ya no es el corazón en su totalidad, sino una isquemia coronaria, un ligero dolor auriculoventricular; pero el corazón en su conjunto, como centro del alma humana, ya no se menciona.
Estamos ante una de las cuestiones más cruciales de este momento histórico que vivimos: ¿Cómo se puede exigir a alguien que tenga una relación fría, distante y neutral con las cuestiones más vitales de su existencia y de su sociedad, que son precisamente las que nos hacen más humanos?
Observando un día las diversas antenas que vibran en el aire, pensé que el hombre se parece cada vez más a una radio, capaz de sintonizar una sola banda de frecuencia. Es más o menos lo que ocurre con las pequeñas radios que vienen de regalo en los paquetes de detergente: aunque en el ‘dial’ aparecen todas las emisoras, nunca consigues captar más que una o dos, y todas las demás siguen zumbando en el aire. Tengo la impresión de que el uso excesivo de la mente conduce más o menos a los mismos resultados: de toda la realidad que nos rodea, sólo podemos percibir una estrecha franja.
Es escuchando a nuestro corazón como podemos recordar quiénes somos. Así descubrimos de dónde venimos, qué hemos hecho, cómo nos hemos relacionado con nuestros seres queridos o con quienes no nos quieren tanto, qué nos han dicho, qué nos ha hecho daño, con qué hemos hecho daño a otros, y qué nos ha hecho mejores personas y ha ayudado a tantos otros. Todo nuestro pasado está guardado en nuestro corazón.
Y también nuestro futuro: nuestros sueños, nuestras nobles ambiciones, así como las menos nobles, y nuestros miedos y fantasmas, y nuestros cuentos de hadas y promesas de realización. Todo esto también nos habla a la hora de tomar decisiones importantes en la vida. Y hay que saber escucharlo.
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Rafael Ruiz